miércoles, 16 de septiembre de 2009

EL REVOLUCIONARIO

“EL REVOLUCIONARIO”


Hace más de un siglo, en una pequeña población llamada Ahuehuetzingo, cercana a el ingenio de Atencingo, en el estado de Puebla, existió una casa de adobe, techo de teja y carrizo, con un gran patio y su cocina de zacate y varas, allí vivía Don Everardo, Remedios su esposa y sus dos hijos muy pequeños. El era tranquilo y trabajador, y se dedicaba como la mayoría de habitantes de ese lugar al campo, sembraba maíz de temporal, calabaza y cacahuate.

Remedios se hacía cargo del hogar y lo niños, se levantaba muy temprano para preparar los tacos que Eve como le decían se llevaría al campo, al alba se ponían en pie, encendiendo el clecuil y poniendo el café, martajando la masa para elaborar las tortillas. Sus hijos se levantaban más tarde para desayunar y presentarse en la escuela; Eve antes de irse, acarreaba con dos botes y un palo, agua, para la comida y el aseo de ropa y personal. Tenían varios perros, pues en esos lugares no se acostumbran las bardas, sólo eran cercas de piedra o palos y unos troncos, todos se conocían y respetaban, tanto los lugares como pertenencias y compartían, por ejemplo, si alguien tenía la desgracia de que algún chivo fuera picado por una hormiga roja, se inflaba y moría, preparaban una barbacoa de hoyo y todos participaban, por las tardes cortaban guamúchiles, los asaban al comal, otras veces limpiaban el cacahuate o desgranaban, mientras conversaban con los vecinos.

Un día Eve salió y vio en la cerca un bulto de color oscuro y parecía que flotaba, como acababa de oscurecer, pensó que había imaginado, entro a la cocina, encendió la lámpara y empezó a fumar un cigarrillo, Remedios lo observaba y le preguntó: ¿Qué pasa Everardo? Te noto nervioso ¿tienes problemas? El contestó con evasivas y le dijo que se sentía muy bien, que tomaría un te y se iría a dormir, después de tomarlo se despidió.

Ella se quedó preocupada, pues ya eran varias ocasiones cuando el se iba, escuchaba algo raro y los ladridos de los perros, mejor dicho aullidos, por la tarde regresó y ella le volvió a preguntar como pasó el día, el le dijo que bien. Ya estaba oscuro cuando salió a traer agua para lavarse las manos y cenar, y al pasar cerca de la entrada sintió un escalofrío muy fuerte, y tuvo la sensación de que alguien lo vigilaba y estaba muy cerca de él, apresuró el paso. Entró sudando y muy nervioso, su mujer se dio cuanta, diciéndole: ¡Que pasa hombre! te veo mal, estas muy pálido y estás temblando, siéntate, te daré un té caliente, él le comentó que no quería cenar, sólo descansar, se fue a acostar, pero fue una noche larga y muy inquieto estuvo, con sobresaltos por la madrugada, se levanto como de costumbre y al salir hacia el patio, escuchó el aullido de los perros, su esposa e hijos dormían profundamente, tomó una vela, se armó de valor y se dirigió a la salida, cuando volvió a sentir ese frío tan especial, un temblor, y en ese momento se apagó la vela, el hecho a correr hacia el cuarto y cerró rápido, se recostó, pero su corazón latía aceleradamente, esperó hasta que los primeros rayos del sol aparecieron y escucho la voz de los niños y su esposa. ¿Everardo, que pasa, no piensas ir a trabajar, te sientes mal? El no contestó, se levantó y muy desganado se lavó y sin desayunar se encaminó a sus labores. Nuevamente estaba retrazado en su trabajo y se salió, ya de regreso, la oscuridad lo cubría en el camino, venia con sus perros y al llegar a la cerca, los perros aullaban y se resistían a entrar, los azuzó y entraron, pero él sintió que algo lo impulsaba a ir al río y como autómata obedecía.

Al llegar había silencio sepulcral y un frío lo envolvió, temblaba y no podía articular palabra, cuando levantó la mirada, se encontró con el mismo bulto, oscuro, pero ahora más cerca, notó que tenía un enorme sombrero, como los que usaban los revolucionarios y botas que parecían flotar, un miedo espantoso se apoderó de él, pero armándose de valor le preguntó quien era y que quería, por que no lo dejaba en paz.

El le explicó con una voz ronca y hueca, que había sido un general de la revolución y que en ese lugar había estado y que había cometido muchas fechorías, como el rapto de una joven, el robo de una imagen del templo y más cosas, como el de quemar las trojes llenas de maíz de algunos vecinos, y que fue muerto en un enfrentamiento, sin tener oportunidad de arrepentirse, y que precisamente en su patio había enterrado unas piezas de oro que tenia que devolver a loa familiares de los afectados. Everardo sintió que las piernas le temblaban y le suplicó que lo dejara en paz, que era un hombre de bien, dedicado a su trabajo y que no podía cumplir con lo que le pedía, el sintió que regresaba a su casa, pero la realidad es que nunca llegó, Remedios estaba preocupada por la ausencia de su marido, primero pensó que había ido con algunos vecinos y espero a que amaneciera, pero al no verlo llegar, empezó la búsqueda y lo encontraron muerto en el río, completamente golpeado y con la mirada fija de terror y junto a él tirado un sombrero de revolucionario, se dice que por las noches muy oscuras, son 2 figuras las que aparecen, buscando quien las ayude.

Irma Hilda Aguilera Guevara.
“Jenny”

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